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Archivos romanos (II): bajo la sombra del arcángel oscuro

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A fines de setiembre la pinacoteca del Castel Sant’Angelo estaba cerrada. Así que mi visita se limitó a deambular, en compañía del alma de Adriano, por las rampas, escaleras, bastiones y salas de su mausoleo, convertido siglos más tarde en fortaleza y residencia de papas, y en prisión y abigarrado museo de armamento tras el Risorgimento (por cierto que los proyectiles de piedra, apilados en los cuatro bastiones que llevan el nombre de los cuatro evangelistas, son demasiado grandes para las embocaduras de las bombardas y culebrinas que en ellos se exhiben).

En síntesis, un exterior de extensas y luminosas vistas

y un interior lúgubre y sugerente

Parece ser que el muy culto emperador Adriano no sólo se rodeaba de artistas y filósofos sino que en su lecho de muerte tuvo el estro suficiente como para escribir la famoso invocación al alma, que se puede leer en la “sala de las urnas funerarias” de la parte más antigua del castillo, la construida para tumba de él mismo y de su familia

Palabras que dirige al alma el emperador Adriano moribundo:

Alma pequeña, errante y blanda,

Huesped y compañera del cuerpo

¿Dónde tendrás ahora tu morada?

Pálida, rígida, desnuda,

Privada de tus sólitos juegos

 

¿Quién anda por ahí?

Cuando vago por un museo me gusta hablar con los vigilantes de sala. Por varios motivos, por un lado, muchos de ellos saben o imaginan cosas que ni un experto conservador te cuenta y, por otro, se aburren bastante y, con frecuencia, sobre todo en Italia, agradecen una charla. De hecho la mayoría de los turistas pasan junto a ellos veloces y apurados, considerándolos como una pieza más de la exposición.

En la sala de la biblioteca, justo debajo de la sala de los juicios y torturas, la vigilante me habla de sus miedos en las tardes invernales, cuando ya se acerca el momento del cierre y en el frío recinto que le toca guardar no queda ni un solo turista.

No es extraño que sienta escalofríos quien tiene que pasar horas en las salas por donde circuló el papa Alejandro VI Borgia o el menos conocido Nicolás V,  no menos responsable de otras crueldades, sobre todo la de legitimar el tráfico de esclavos con su bula Romanus Pontifex otorgada a Alfonso V de Portugal para la compraventa de africanos.

Por esas estancias anduvo también el vengativo Urbano VIII Barberini. Este papa, además de entretenerse en expoliar la antigua Roma (“quod non fecerunt barbari, fecerunt Barberini”), no quiso perderse las sesiones del proceso contra Galileo que el mismo papa, celoso y vengativo, impulsó.

Por no hablar del torpe Clemente VII Medici, más preocupado por su familia que por la búsqueda de la paz y la concordia y que murió por ingestión de setas venenosas.

Tampoco otro habitante de estos recintos, Bonifacio IX, se divirtió demasiado, aunque pudo darse el gusto de quemar a los líderes de un movimiento de autoflagelantes que, indignados, iban por Roma dándose latigazos en la espalda.

Otros pontificios ocupantes del castillo fueron Julio II de la Rovere, quien, aparte de dedicarse a la guerra y a sus aficiones pedófilas más que a la Iglesia, esquilmó a sus súbditos para financiar sus campañas y sus mecenazgos artísticos, y Paolo III Farnesio,el único que no dejó recuerdos de pesadilla y se preocupó de mejorar la Iglesia.  Ambos añadieron al conjunto sus respectivas loggie,que hoy en día llevan sus nombres.

Otro inquilino del lugar fue León X Medici, quien, aparte de excomulgar a Lutero, prefirió dedicarse a la buena vida (la venta de indulgencias engrasaba las cuentas de la iglesia romana) en vez de hacer la guerra como su predecesor Julio II.

Así que no sorprende que, según nos cuenta esa buena señora, en las tardes de invierno, cuando ya no queda un alma (aunque puede que –vagula-  ande por allí la de Adriano)  se oiga un sonido de  pasos por esas salas. Más aún, la guardiana nos susurra que sobre el polvo de los viejos muebles una restauradora ha encontrado por la mañana las huellas de los pasos descalzos de unos pies infantiles.

Todo esto me lo contó esta señora que vigila la “sala de la biblioteca”, justo debajo de la “sala de la justicia”, es decir la de los ajusticiables.

Aunque el Castel Sant’Angelo sea hoy territorio del estado italiano, desde sus ventanas se atisba la presencia vigilante del Vaticano, y en el túnel que los une me ha dicho un amigo que fue guardia suizo en su juventud que hay todavía una división fronteriza.

Así que, por mucho que represente a San Miguel, el ángel que preside la cima del Castel Sant’Angelo es un arcángel oscuro, cuyo brazo no temblaría al cortarnos la cabeza o empujarnos con la masa de los réprobos en el Juicio Final.

No así los blancos ángeles barrocos, evocadores de las fases de la pasión de Cristo, que flanquean el puente de acceso al castillo, lugar preferido de los turistas para hacerse sus fotos.

La obra de Gianlorenzo Bernini

Gianlorenzo Bernini proyectó doce estatuas angélicas para el ilustre puente, de las cuales él realizó dos con sus propias manos. Los originales de esas dos están a buen recaudo en el templo de Sant’Andrea delle Fratre, aunque, según Rudolf  Wittkower (La escultura; procesos y principios, Alianza Editorial, 2002), el artista esculpió en secreto otro original de uno de esos dos, si bien ambas, las que están sobre el puente, se consideran hoy como copias hechas por sus discípulos.

En la citada iglesia (aunque sin la perspectiva abierta al cielo que Bernini quiso darles), no lejos de la Plaza de España en Roma, podemos admirar el ángel con los instrumentos de la pasión y el ángel con la leyenda de la pasión

Los modelos o esbozos de Bernini


Sobre la forma de trabajar del taller de Bernini a partir de modelos en arcilla y paja sobre una armazón de alambres de hierro y madera, nos da idea los que se conservan en la Pinacoteca de los Museos Vaticanos, que fueron el esbozo para otros ángeles en bronce que se encuentran en la Basílica de San Pedro. Para adentrarse en los procedimientos de la escultura en Italia, de nuevo recomiendo la obra de Rudolf Wittkower (entre los cuales destacan sus magistrales clases en el Christ’s College de Cambridge, en el curso 1970-1971, de este magnífico profesor americano recogidos por su viuda) y para saber más sobre los ángeles en el arte, se puede acudir al libro de quien ha sido mi profesor de anatomía artística en Roma, Marco Bussagli, Ángeles: orígenes, historias e imágenes de las criaturas celestiales (Everest, 2007).

Pero, dejando atrás fantasmas y otros ectoplasmas, acabemos esta entrada con la imagen optimista de Euterpe, la musa de la música, pintada al fresco por Perino del Vaga en la abigarrada sala de los grutescos de inspiración romana de los apartamentos farnesinos del Castel Sant’Angelo.



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